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ESTO ES DE LOCOS¡¡¡¡

Más allá de lo mortal

Siglo XIII, algún lugar de Portugal

Jesús da Rocha era llevado por la guardia de la inquisición a la pira en la que iba a arder condenado por ser hereje, por blasfemia y por profesar ocultismo. Con las manos atadas a la espalda y los pies atados de tal forma con la que sólo le era posible dar pequeños pasos. La guardia de la inquisición le empujaba con un palo hundiendo el mismo en las llagas de su espalda nacidas de los latigazos de la tortura.

El notario de la inquisición, aquel fraile con ojos de bueno que no tenía más remedio que firmar las sentencias que injustamente rescataban, le esperaba a los pies de la pira junto al sumo inquisidor que con brillo en los ojos y una enorme sonrisa esperaba ver a arder a aquel joven.

El reo iba casi desfallecido con algún que otro hueso roto, la mirada perdida y cabizbajo sin apenas fuerzas para balbucear. El joven inquisidor se frotaba las manos bajo aquel sol de justicia de una tarde de primavera del Algarve. La muchedumbre se agolpaba ante la pila deseosa de poder oler ese hedor de carne quemada que inundaba el ambiente después de cada pública cremación. Entre todas las personas una joven encapuchada miraba la escena muda y sin emitir ningún tipo de sonido.

El reo estaba atado ya al mástil que emergía sobre el resto de troncos, con la cabeza atada al mismo para que mirase al frente mientras la llamas le consumían. El sumo inquisidor tomó la biblia de sus manos y miró al pueblo mientras la alzaba a la vista de todos:

-    Este hereje, ha blasfemado sobre la palabra de Dios, ha entregado su alma a no sabemos quién y ha jurado y perjurado que existe algo que ama más que a todas las cosas, incluso a Dios. Incumpliendo su mandamiento que dice “Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”

¡Blasfemo! gritaba el gentío deseoso de ver aquel espectáculo, algunos le tiraban tomates y hortalizas que los pequeños raterillos juveniles, ávidos, recogían del suelo para podérselas llevar a la boca. El inquisidor alzó las manos pidiendo al populacho que dejase de gritar, poco a poco todos fueron callando y las hortalizas dejaron de volar sobre las cabezas. Aquel hombre de la iglesia fijó su mirada en una persona que se ocultaba bajo un hábito franciscano encapuchado. Pensó que sería un monje que venía a ver el escarnio público. Cuando no escuchó nada alzó la voz.

-    Pese a que nuestro querido hermano, notario de la inquisición, ya ha tomado acta de cuantas blasfemias y pecados han salido de la boca de este hereje, como es costumbre, a continuación daremos lectura de cuantos actos y denuncias ha sido condenado este reo, al cual le daremos una última oportunidad de abrazar la cruz de nuestro señor Jesucristo y de abrazar a la verdad divina del verbo hecho carne.

El notario pasó al inquisidor el libro que sostenía bajo su brazo, alzó la mirada y miró al condenado que estaba semiinconsciente atado a aquel mástil, pero su mirada estaba fija, firme como una roca, miraba a alguien entre toda la gente, no había dejado de mirar aquel punto desde que había subido a la pira, rezaba el notario porque el inquisidor no se fijase en ese detalle, pues sin duda aquel al que estuviese mirando, lo tildaría de cómplice de herejía, corriendo la misma suerte.

-    ¿Sois vos Jesús Da Rocha, hijo de Bento y Glaucia Da Rocha?
-    Sí, lo soy – contestó el reo al interrogatorio.
-    ¿Son suyas las frases en las que se hace referencia a esta sentencia en las que dice: “tuya es mi alma, mi vida pertenece, no conozco religión ni Dios que no seáis vos”?

El inquisidor levantó la mirada esperando que no negase nunca aquellas frases que en la misma sala inquisidora admitió habían salido de su lengua, según él tergiversadas. Pero no cabía la duda, aquello era la venta de su alma al mismo diablo, entregada al pecado.

-    Sí, lo son, todas y cada unas de las palabras que ha citado.

El inquisidor respiró aliviado y gritó al populacho aireándolo.

-    Ha vuelto a blasfemar ante todo el pueblo, ¡Dios perdónale y no lo envíes al infierno de los pecadores! ¡Apiádate de su alma que abandonará este cuerpo que se ha de comer el fuego infernal!

La joven encapuchada comenzó a llorar, y algunas de las personas congregadas a su alrededor se percataron del llanto y miraron extrañados al que hasta ese mismo momento consideraban un monje. El reo comenzó a hablar.

-    Mi alma es suya, todo mi ser le pertenece, por mucho que esta carne que me envuelve sucumba ante el fuego, mi persona, mi mente y mi alma seguirán perteneciendo a mi ama, que no debe apenarse con llanto ni lágrima de mi desdicha, pues aunque cien años pasen seguiré con ella, pues no existe Dios que pueda librarme de entregarle todo mi ser a quien yo quiera.

El inquisidor se rasgó las vestiduras ante la exclamación del público y aquel que creían monje rompió a llorar con las manos en la cara desconsoladamente, suponiendo las personas que estaba llorando por la gran blasfemia del reo.

-    ¡Blasfemiaaaaa! ¿Cómo osas a decir que no existe Dios? ¿Cómo podéis huir así de la fe de todos los cristianos?
-    No reniego del Dios de los cristianos, reniego de cualquier Dios que no deje entregar el alma y la vida al prójimo.

El inquisidor le dio una tremenda bofetada que le partió el labio y la sangre comenzó a caerle por el labio. El reo levantó la vista y pudo ver a la mujer encapuchada y bajo la capucha pudo distinguir su pelo rubio, y sus ojos azules llorosos. Alguien les escuchó aquella noche en que le denunciaron, fue aquel hombre con el que estaba prometida pero del que no estaba enamorada, escuchó la más hermosa protestación de amor jamás escrita, la devoción del ser por amor y le denunció por brujo, hereje y hechicero, por eso estaba allí. El reo nunca delató a quien le entregaba su alma, supusieron que a Satanás, no podían entender tanta inmensidad de amor para un ser vivo.

La pira comenzó a arder y ya comenzaba al calor subir por los pies, no quería emitir ningún alarido de dolor aunque sintiese como se iban descomponiendo sus entrañas y aunque el olor a carne quemada fuese el de su propio cuerpo. No quería que ella se llevase de él aquel último recuerdo.

La joven no pudo soportar más aquel espectáculo y cuando ya supo que su amado no estaba en este mundo se marchó con náuseas de aquel lugar y llegó hasta el río donde no tuvo más que vomitar. Lloró amargamente, tanto que casi se quedó sin lágrimas, pero sabía que él estaba con ella, pues así se lo dijo aquella noche, que aunque su cuerpo dejara de existir su amor se perpetuaría en el tiempo, pues era algo más profundo que un simple te quiero.

 QUE USTEDES LO DISFRUTEN

WALTER HEGOR 

3 comentarios

Walter Hegor -

x osset:

Bienvenido paisano a esta tu casa.

x acoolgirl

xiquilla tampoco es tan duro...o si?, bueno....me alegro de que te haya gustado, un abrazo.

acoolgirl -

Dentro de la dureza que emana el texto, has conseguido dejarme los ojos vidriosos.

Precioso. Gracias.

Un besoteee

osset -

Con esa creencia muchos paliamos la falta de seres queridos e incluso podemos sentir su presencias real y tangible, quizas juegos de la mente, pero que mas da.