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ESTO ES DE LOCOS¡¡¡¡

DUNARIEL EL GUERRERO

CAPITULO1
DUNARIEL



Había una vez un joven caballero, tan joven, tan joven, tan joven que aún jugaba con los muñecos, se llamaba Dunariel, tenía el pelo rubio como el oro y una pequeña melena que le llegaba hasta el final del cuello, era muy, muy delgado, no pesaba ni 30 kilos, tenía unos hermosos ojos claros y era hijo de un herrero del pequeño pueblo de Astun en la lejana tierra de Gámolet.

Astun era un pueblo que más que pueblo parecía una pequeña aldea, junto a él había un hermoso bosque, de grandes árboles verdes y tan extenso que no se podía ver el final, en Otoño se podía escuchar como las hojas secas de los árboles golpeaban el suelo de manera incesante. Astun no tendría más de 50 habitantes, sus pequeñas casas de madera y su hermoso suelo verde le daban a este pueblecito un aspecto bastante peculiar, el humo que se desprendía de las chimeneas le daba un olor especial y la pequeña muralla que lo delimitaba, de madera también y que no superaba el medio metro de altura, le daba un aspecto de una casa de campo muy grande, pero no era así, Astun era un pueblo muy tranquilo, donde todos sus habitantes tenían un oficio, donde durante las cenas se podía escuchar al trovador cantar como cantan los ruiseñores.

Dunariel había nacido en este pequeño pueblo, y su padre, el herrero, soñaba con que su hijo aprendiera el oficio que él tanto amaba. Pero Dunariel no quería ser herrero, él siempre había querido ser caballero, como aquellos que leía en los cuentos, para ver dragones, magos hechiceros... Pero su padre le decía que todo eso era mentira que los dragones no existían, que los magos menos y que los hechiceros sólo estaban para curar enfermedades y no para lanzar maldiciones. Pero Dunariel sabía que su padre estaba equivocado, Dunariel había visto una vez a un hermoso Dragón Gris sobrevolar la montaña del ermitaño. Fue una tarde ya casi anochecida, Dunariel escuchó un chirriar muy parecido al de un pájaro, él estaba volviendo del bosque de jugar con sus amigos y cuando levantó la vista vio como un dragón muy grande, tan grande como 50 caballos en fila, sobrevolaba el pico de la montaña chirriando, y de eso hacía poco tiempo, hará ya unos 70 días.

Pero no os he contado donde estaba la Montaña del ermitaño, esta montaña estaba al Oeste del pueblo, y en invierno se inundaba de nieve, su pico parecía un helado de nata, su nombre es el del ermitaño porque cuenta la leyenda que hace muchos años, antes de que Dunariel naciera e incluso su padre, un hombre marchó a vivir a la montaña porque no quería a nadie del pueblo, y no era una mala persona, pero es que decía que se aburría en el pueblo que él necesitaba estar sólo y hacer lo que quería no lo que el pueblo esperaba que hiciera. Dunariel siempre se preguntaba si verdaderamente existía aquel ermitaño o era un cuento para asustar a los niños para que no subieran a la montaña.

Los amigos de Dunariel, Ilipo y Porado, eran sus dos confidentes, ellos no eran tan valientes como Dunariel y siempre le decían que eso de ser caballero no era una buena idea, además no entendían porque quería ser caballero si en el pueblo nadie era caballero y le replicaban:

- ¿De dónde sacarás las armas?- preguntaba Ilipo.
- Las forjaré en el taller de mi padre, para eso es el herrero – contestaba Dunariel.
- ¿Y de dónde el caballo? – preguntaba Porado.
- Cogeré uno del bosque, quien sabe quizá me consiga hasta un unicornio –respondía Dunariel.

Ilipo y Porado se encogían de hombros mientras miraban a Dunariel mover la espada de madera que solía llevar atada al cinto como si se estuviera batiendo con cualquier animal asombroso.

- ¡Dunarieeeeeel! – el viento traía el sonido de la voz de su madre. Este era el sonido que les hacía salir a prisa de la tranquilidad del bosque y les indicaba que era la hora de volver a sus respectivas casas. A Ilipo le costaba seguir a Dunariel, pues era un poco rechoncho, cada vez que veía que Dunariel se encaramaba a la rama de algún árbol resoplaba pensando que él tenía que hacer lo mismo. Porado era un poco más ágil aunque tampoco mucho, era muy alto para su edad y eso le hacía ser muy torpón a la hora de moverse.

Al llegar al pueblo la madre de Dunariel los esperaba muy cerca de la pequeña muralla mirando para todos lados para verlos venir, ella también era rubia al igual que Dunariel y con una graciosa cara de mejillas sonrojadas, esperaba, con las manos en jarras apoyadas levemente en sus caderas, al pequeño ser que había aparecido entre la espesura del bosque mirando hacia atrás y riendo de sus compañeros, iba tan absorto que tropezó con su madre.

- ¡Muy buenas jovencito! ¡Ya era hora de que aparecieras!
- Esto... Hola mamá.
- Está ya casi anocheciendo, ¿acaso no pensabas volver a casa? – ahora alcanzaron el mismo lugar que Dunariel Ilipo y Porado. - ¿Y Ustedes no sabéis que vuestras madres os están buscando? Desde luego ustedes por ahí con un extraño en el pueblo...
- Un extraño ¿quién? ¿quién? – preguntaba Dunariel ansioso.
- Un Caballero de Gámolet.
- ¡¿De Gámolet?! – Preguntaron Dunariel, Ilipo y Porado
- Sí de Gámolet y que sepas jovencito que ni se te ocurra acercarte, papá le está preparando las herraduras de su caballo y le está reparando las armas.
- Pero mamá es un caballero de la corona, nunca más podré ver a ninguno, ¿dónde se hospeda?
- En la taberna del gran oso.

No pudo terminar su madre la frase cuando Dunariel ya corría en aquella dirección como alma que lleva el diablo, pero si Dunariel corría imaginarse como iban detrás Ilipo y Porado casi a rastras de lo cansado que venían de la carrera para salir del bosque, menos mal que Astun era pequeño y la taberna del gran oso se encontraba cerca. Rápidamente nuestros tres amigos abrieron la puerta de la taberna y en una mesa estaban casi todos los hombres del pueblo alrededor de un joven de unos 25 años, moreno y de pelo corto que bebía de un pequeño vaso de madera. Dunariel, Ilipo y Porado se sentaron en una mesa más lejana para escuchar lo que decían sin que los mayores los vieran.

- Los orkos no existen – decía el pescadero del pueblo tras su oronda barriga.
- Les digo que sí, yo mismo he tenido que venir aquí porque me he encontrado con toda una orda. Eran al menos 10, su piel era verde y rugosa y sus ojos rojos como la sangre, llevaban hachas y olían muy mal. Montaban todos corceles negros, ¡válgame Dios! Si no he luchado con ellos por qué mi espada y mi escudo iban a estar como se los he entregado al herrero.
- ¿Es cierto eso, tan mal estaban? – preguntó el pescadero al padre de Dunariel.
- Sí, parecía que su espada hubiese sido mordida como un pescado de tu tienda, y su escudo estaba lleno de bultos.
- Tal vez el caballero se cayera del caballo sobre sus armas y ahora quiera justificarlo – dijo el panadero. A esta frase rieron todos de buena gana.
- Les aseguro que no, eran orkos y llevaban esta dirección, yo voy hacia el castillo a avisar a mi señor, pues en Gámolet nunca habíamos visto tales cosas, primero hechiceros y ahora orkos, lo próximo que será ¿dragones?
- ¡Pues yo he visto a uno! – gritó Dunariel desde la mesa.
- ¡Dunariel! ¿cuánto tiempo llevas ahí? – preguntó el herrero a su hijo.
- El suficiente para saber lo que pasa – Ilipo y Porado se escondieron bajo la mesa. – Yo vi un dragón hace unos setenta días era muy grande y gris. – Los hombres del pueblo rieron.
- ¿Qué me dices joven? – preguntó el caballero
- Venga hombre, no irá a creer usted al niño.- dijo el panadero.
- Después de ver a los orkos y de saber de la existencia de un hechicero puedo creer perfectamente que exista un dragón gris. Ven chico, acércate ¿como dices que te llama?.
- Dunariel – dijo su padre.
- Bien, Dunariel, ¿estás seguro de lo que viste?
- Tanto como creo en los orkos que usted vio, pero no son los primeros que hay. Hace cuatro días vi a tres de ellos agazapados tras un matorral a la entrada del bosque, mis amigos, aquellos que están bajo la mesa, también los vieron pero no quisimos decir nada porque nadie nos iba a creer.
- ¿Eso es cierto? – preguntó el caballero.
- Se lo aseguro.
- Señor herrero, ¿cómo está el pueblo provisto de armas?
- ¿Para qué? – respondió el padre de Dunariel.
- Creo que los orkos quieren atacar vuestro pueblo.

El silencio se hizo en la sala, los ojos de Dunariel se volvieron tan grandes como platos y quedaron sus pupilas tan pequeñas que parecía tener solo color blanco en los ojos. Los hombres de pueblo cambiaron sus risas por rostros sombríos y el caballero volvió a tomar la palabra.

- Tenemos que organizarnos para evitar que ocurra algo. Si son sólo los diez que yo he visto entre todos nosotros no ha de haber mucho problema para acabar con ellos si son más mucho me temo que habrá que luchar.
- ¿Y qué propones? – preguntó el pescadero.
- Primero dejar a los niños y a las mujeres en las casas y nosotros prepararnos para la batalla en las afueras del pueblo, necesitaremos caballos, arcos, espadas y escudos, alguna cota de malla y algunas pequeñas armaduras de placas.

Rápidamente los niños fueron llevados a las casas y las mujeres informadas, la noche ya era cerrada en Astun, nunca antes se había vivido una cosa así, desde la ventana de Dunariel se podía ver lo que en breve sería el campo de batalla, su madre estaba con él en el alféizar de la ventana mirando hacia donde los hombres esperaban. Dunariel levantó la mirada hacia el bosque y vio como pequeños puntos rojos iban apareciendo tras la espesura, eran los ojos que había descrito el caballero.

- Mamá, no te asustes pero ya han llegado los orkos
- ¿Cómo? – preguntó su madre aterrorizada ante esas palabras.
- Ves los puntos rojos son sus ojos lo dijo el...

Y antes de que pudiera terminar la frase unas manchas verdes se lanzaban con furia desde la espesura hacia los hombres del pueblo. Su madre cerró la ventana aterrorizada ante aquel espectáculo. Dunariel siguió mirando a través de un pequeño agujero de madera, vio como los orkos portaban pesadas hachas y miraba como los arcos de los hombres hacían volar flechas hacia todos lados, del bosque comenzaban a salir orkos montados en caballos negros, con espadas tan grandes que tenían que sostenerlas con las dos manos. Dunariel empezaba a sentirse asustado y bajó al taller de su padre, cerca del yunque encontró una espada corta y un escudo con el que el apenas se podía cubrir el brazo hasta el hombro, era una pequeña rodela. Dunariel lo subió a su cuarto y lo metió en una bolsa. Volvió a mirar por el agujero, los orkos superaban en número a los hombres y entre los hombres comenzaba a haber bajas, los orkos comenzaban a entrar en el pueblo. Dunariel buscó a su madre que ya sabía lo que ocurría, el pequeño llevaba la bolsa de las armas que había encontrado sobre su espalda. Su madre lo cogió en brazos y le dio un beso, abrió la puerta de atrás y le dijo:

- Dunariel, sin en verdad eres un caballero cruza el camino hasta Síncap, pide ayuda y ten mucho cuidado, los orkos están por el otro lado no se darán cuenta.

Dunariel apretó a correr por el caminó y al escuchar cerrar su puerta escuchó como los orkos reventaban la puerta principal y como su madre chillaba, esto en vez de frenarlo le hizo correr más deprisa tan deprisa como si volara tenía que buscar ayuda, tenía que encontrar ayuda, tenía que ayudar a su madre.

Tanto corría en la oscuridad que sin darse cuenta chocó con la raíz de un árbol, cayendo por un pequeño terraplén y perdiendo el sentido.

1 comentario

magnica -

ansiosa estoy de saber qué pasó con el pequeño Dunariel, y los orkos, dragones, hechiceros y caballeros.
espero que exista una capitulo 2